EL TAMAULIPECO
Este no es un post sobre derecho pero es uno muy importante. Es un poema que de niña tuve oportunidad de declamar en uno de los tantos concursos donde participé y que recordaba todavía en gran medida pero no completamente. Lo estuve buscando en internet pero no tuve éxito. Hasta que, a través de una amiga de la infancia que está muy conectada en el medio cultural, logramos localizarlo en una biblioteca de Ciudad Victoria donde precisamente conservan su acervo.
Se trata del romance "El Tamaulipeco" de Francisco de P. Arreola, publicado en el libro "Francisco de P. Arreola, El hombre, su palabra"; editado por Ramón Durón Ruiz. En el romance habla sobre las bondades de Tamaulipas, su historia, sus costumbres y concluye que no podríamos no estar orgullosos de ser tamaulipecos.
Me di a la tarea de transcribirlo y publicarlo para que exista una versión en línea.
Firma una tamaulipeca orgullosa.
Romance “El tamaulipeco”
Sí, señor, y a mucha honra:
¡soy puro tamaulipeco!
Nací aquí y ese es mi orgullo;
pero no el orgullo necio
de quien presume nomás
por nacer bajo este cielo.
A mí me dio Tamaulipas
lo que soy, y lo que tengo:
la sangre que hay en mis venas,
la savia de sus veneros,
el tesoro de sus campos,
y un hogar, tranquilo y bueno.
De niño paseó mi vista
por sus mantos petroleros;
lo acompañé a la frontera
a cumplir un mandamiento:
primer reparto de tierras
en la hacienda “Los Borregos”;
viví la Revolución
de mi patria en este suelo
y presencié el desarrollo
del agrarismo en su seno.
Todo lo he visto crecer
y prosperar mil por ciento;
humildes congregaciones
formaron pequeños pueblos,
éstos se hicieron ciudades,
y las ciudades son centros
de actividad y de escuelas
donde barrunta el progreso
que al fin será corolario
de esa lucha y ese esfuerzo.
Asistí a la formación
de florecientes ingenios,
construcción de enormes presas,
de carreteras un ciento,
y de la Universidad
admiré el sublime esfuerzo
de profundizar raíces
desde Tampico a Laredo.
Son sucesos tan notables,
que graban como un fuego
los gnomos de los milagros
en el rol de los recuerdos.
Si todo esto lo he vivido,
si en todo esto fui creciendo,
¡cómo no sentir orgullo,
de esta tierra y este suelo,
si donde quiera que miro
puse antes mis pensamientos,
y todo vibra y se enciende
en el alma del recuerdo!
Por eso es tan vivo y hondo
mi orgullo tamaulipeco.
Cuando salgo en mi caballo
con el traje dominguero:
cuera, bordada, que ha sido
el lujo de mis abuelos,
con sus adornos realzados
y sus remates en flecos,
el águila mexicana
en la espalda, y un letrero
con el nombre ¡Tamaulipas!
que es nuestro grito campero,
terminó mi recorrido
por las calles de mi pueblo,
para darles a mis ojos,
que también tienen derecho
a gozar de cosas lindas,
sus minutos de recreo;
que miren en las ventanas
los pedacitos de cielo
que se asoman cautivando
con dos hermosos luceros.
Perdónenme el entusiasmo
pero no les exagero;
son tan lindas las muchachas,
que en cualquiera está el deseo
de cortar una rosita
del jardín tamaulipeco.
Las buscan propios y extraños,
las quieren y yo con ellos,
porque son las sensitivas
más dulces bajo este cielo.
Por ellas voy a las fiestas
de danzantes, cancioneros,
pastorelas, romerías,
devoción de todo el pueblo
para la Virgen Morena
que está en la loma del muerto
de mi linda capital.
Por ellas, a los ingenios
donde pululan activos
los millares de braceros
que viven por una zafra
y ahí los jubila el tiempo.
Es su encanto el que nos lleva
a las riberas del puerto
a vivir las emociones
de los anuales eventos
regatas, pesca del sábalo,
deportes y otros encuentros,
exposiciones y ferias
que se hacen de tiempo en tiempo,
en donde todas son reinas,
reinas de mis pensamientos,
que lucen cueras bordadas,
distintivo de su atuendo;
hay huapangos y redovas,
acordeón y bajo sexto.
La picota de San Carlos,
los improvisados versos
del admirable Conjunto
Típico Tamaulipeco,
y allá en lo alto
nuestro escudo
con la Bandera de México.
Digan si con esto no hay
razón, motivo o pretexto
para sentirse orgulloso;
si es una tierra de ensueño
Tamaulipas, donde hay
constantemente algo nuevo:
calles, colonias, escuelas,
caminos y monumentos,
redes de luz, redes de agua,
que llegan hasta terrenos
ejidales y servicios
que no acaban si los cuento;
sus riquezas fabulosas
son oro blanco, oro negro,
de gramíneas un tesoro,
mazorcas de oro por cientos
de millares producidas
por campesinos modestos;
fibras de oro que a la patria
dan campos henequeneros;
de frutos ricos tesoros
que produce el mutuo esfuerzo;
artesanías, el producto
de la habilidad y el genio…
y agreguen a estas riquezas
la belleza y el talento
de nuestras lindas mujeres
que hacen hogares risueños…
es mucha felicidad,
poder dar gracias al cielo
por justificar mi orgullo,
¡mi orgullo tamaulipeco!
Francisco de P. Arreola
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